domingo, 6 de agosto de 2017

ITACA DORMIDA

                                           
  
 
Descarga tus lágrimas sobre las cuencas vacías de mis ojos, mientras soñamos entre vapores de agua, promesas y condenas que borran tus pasos, entre llamas, y entre piedras, y entre rabia.
 
Alguien ha de esperarnos en Itaca a la vez que sentimos sus almendros y sus pinos que alcanzan a besar tus manos. Advierte con tus gestos una piel y un corazón aún somnolientos, que alguien habrá de esperarnos.
El sacude con ramas el camino, y el viento vuelve a sonar en tus playas y en tus cimas, nos promete los olores y las caricias que dejamos enredados entre gratitudes y esperanzas.
Alguien vuela entre los riscos construyendo guaridas de falsedades y gemas, a las que protege con la sospecha de un invierno prematuro. Itaca no se esconde de nadie y mira bajo sus brazos.
 
Despacio me acerco a ti, como un ayer rebosante de espuma y de oleaje, empujado por el deseo de escucharte otra vez replicar a cada razón y a cada año que ignoraba a cada golpe lo que yo siento, porque tiempo atrás robarte un gesto de tus orillas formaba parte de otra verdad que nunca quisiste ofrecer.
Vemos las horas que se van perdiendo entre los temores de caer desmayados ante la necesidad de un envejecer distante, sin conversar paso a paso, recogiendo las miradas que dejamos tendidas al sol; algún día acabarán por desaparecer los temores, más para entonces, sospecho, ya no inclinarás tus ojos a la ausencia de una auténtica razón que nos mantenga al margen del entendimiento y de la sorpresa lacerante.
 
Si no hay fracasos, no hay refugio ni certezas, no nacerán con el nuevo cansancio que tus horas provocan en mis recuerdos esas noctámbulas hiedras que se harán cargo del fin, vivir sin dolor y sin miedo, tratando de conquistar este tiempo que nos habla otra vez de la vida y de las olas que fueron a perderse hacia el mañana.
En tus ropas quedan restos de humedad, y de esas algas sobre cuyos cadáveres yacen los irreconciliables escombros de la madurez; Jamás pediste otra cosa a cambio.
No hay más rincones ni más trampas que aguarden disfrazados de ternura y de gris un día de verano o un otoño, cálido y breve como atardeceres de lino y clavo. Sobrevuelan entonces aquellos pájaros, aquellos que habían de esperarnos, allí, pasado el túnel, era un día frío y las rocas resbalaban, yo creía tenerlo todo, al leer unos versos y acariciar unos colores que nunca antes había soñado.
               En Itaca alguien aguarda, por eso debemos marcharnos sin acabar de vestirnos, y sin decir adiós, sin dejar si quiera la vida, aunque todos sabemos que para llegar es mejor ir descalzo, sin palabras preparadas, sin ruegos, sin dioses, sin llantos.
                  Si; puedo oírte, puedo escuchar a tus muertos, puedo ver tus heridas abiertas al mar gimiendo inacabadas melancolías. Puedo escuchar a tus ríos que colman al mar sangrando de alegrías, de tiempos verdes y amarillos, de rocas ancianas, de redes en los barcos y cruces, y clavos y martillos.
                  Espérame entonces, que en Itaca alguien habrá de esperarnos, quizá todo esté en calma, quizá no haya tormenta esa tarde, quizá la marea no alcance la gruta esa tarde y podamos volver a refugiarnos en sus secretos mejor guardados, y en los nuestros, que allí duermen entre sal y conchas y esqueletos de algas.
 
Hasta que se abran los cielos y dejen caer sobre nosotros las virutas de amor que sobraron a algún tornero. Lléname de tu color y ofréceme tu tibieza, esparce sobre mi piel los cadáveres desnudos de las estrellas que nos acompañan, muerta nos llega su luz, y quedaron tatuados sus reflejos en tu frente y en un camino, en sus cantos, y ahora ninguno nos parece el nuestro, porque ya nadie nos conoce, porque ya nadie pregunta por nosotros, y porque aquí, en realidad no hay nadie, no hay nada más que Itaca envuelta en una bruma de recuerdos, en una neblina de pesares y de escombros entre los que picotean los pájaros.
 
Aquí ya sólo quedan las piedras, los riscos y los pájaros. Ponme a secar al sol, que yo te diré cuando llega el momento de dejar atrás ésta isla, aunque en verdad nunca se quede atrás y siempre apunten mis pensamientos y mi vanidad hacia ella.
Vuela, mordaz señuelo, que un instante ha de abatir tu vuelo para dar vida a una ninfa inacabada de juventud y de belleza. Vuelve así tus llantos en serena confusión de canción y ruegos, y elévate por el cielo, ambición madura de sueños y figuras esculpidas con un recipiente a sus pies, del cristo, vacías, y un hombre con legañas y poca ropa.
 
Vuélvete hacia mi y suspira, clama a tu dueño por una sombra malpagada de desvelo. Dónde irás a parar si caes del peñón y las gaviotas no soportan tu cuerpo, o no aciertas a despertar.
 
Grandes paseos dan los escarabajos y suben y bajan, de uno a otro lado del reloj, tardes en terrazas de un primer piso alquilado al tiempo libando una y otra vez de la misma botella hasta alcanzar la inocencia que yace bajo tus zapatos; revuelos de traición y llantos se acumulan en los rostros y en los gestos de cuantas sombras se agolpan en silenciosa exigencia, pobres resultados de tanto esfuerzo perdido entre los charcos, arropado de consuelos, vano abrigo.
 
Itaca, ¿Te escondes de mi? Aprendiste pronto a guardar tus paseos de las miradas curiosas e inequívocas de tus hombres, de sus pieles y de tus cuchillos, y así, acércate ahora, de cuclillas y hunde tu arpón en mi carne, que nunca habrá de sangrar ni derramar falsas virtudes ni engaños, pero hunde tu puñal en mis ijares hasta escucharme resoplar de dolor y vomitar platos enteros de soledad en los sótanos y las calderas donde nos prometimos la felicidad y la muerte, y despójate sin miedo de las cuerdas que atan tus pensamientos, en paquetes de llamativos colores y cintas.
 
Ábreme la herida por la que un día entraste y no pudimos cerrar y así te perderé entera, no dejes nada olvidado dentro, que no quede nada de tu ser dentro de mi carne. Qué sería amarte si tu no existieras... porque ahora siento tu veneno en forma de chantaje y de oscuridad; Qué curiosos disfraces emplea la vida cuando se halla en manos de un desdichado...
Cuántos barcos de papel esperan ser botados en mejor puerto, oxidándose sus tripas, dando cobijo a las algas y a los rencores noctámbulos, eternos guardianes de las sentinas donde se acumulan los muertos de mil batallas libradas a la espera de un día mejor.
 
En ti se encierran todos los secretos, en tu interior aguardan las gaviotas que urdieron el tiempo, ese que hoy asola tu destierro.
 Amanece, sólo, perdido entre los muelles hoy te recuerdo tal como eras, tu alma borracha de ilusión y mirándolo todo muy deprisa y despacio al tiempo.
 
Itaca, hoy pido ungir mi cuerpo con tu sangre en un extraño rito, secarás mis ojos y darás lustre a la voluntad que te sugiera el brillo, porque un monte se encuentra entre los dos desperezándose. Si quieres una despedida, hagámoslo a través del vidrio de la pecera y después dime si aún quieres desplegar tu sensación de abatimiento sobre las mareas de tinta y las acuarelas diluidas en el vaso, el recuerdo en que enjuagabas tus pinceles, remolinos de colores, tempestades de esperanza.
Me quedo en tus luces abandonadas a la tarde, que Itaca no es caprichosa y espera, mientras la noche se esconde de mi en silencio, y sus ramas se apegan a la tarde y al hablar del océano tu vuelves la cara, para recordarme después que aquellas hogueras que gritan a lo lejos, sin decir nada aprendido, esperan pacientes otro destello de la mirada adormecida entre mamparas de vidrio y escaleras, pobres sombras y pobres murmullos...
 
Tus caminos recorrí hasta saberte celosa del tiempo que pasaba dormido, pero vigilante de tu cautiverio, borracho de tambores y de la música virtuosa; quizá esa música sea siempre tuya, con tus raíces y tus luces de invierno, eternas, y de tarde, a los sones que tu marcaste, te lo dejo todo.
Tus vuelos quedan en el cielo, frotándose los ojos, que mientras, Itaca aguarda envuelta en nubes de gaviotas, de rocas somnolientas, de riscos, de cimas, de playas, de rabia y de piedras.